Recomendación del libro "El francotirador paciente". Parte 2.

03.12.2013 17:26

 

“Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer”.

Alfonso V. El Magnánimo.

Como lo mencioné en el artículo anterior, correspondiente a los libros que recomiendo, esta es la segunda parte de la serie de reseñas que analizan el libro “El francotirador paciente”, del escritor Arturo Pérez-Reverte.

En esta ocasión hablaremos de lo que me dejó la lectura del apartado “En la Ciudad. 1990”. En dicho capítulo aparecen dos personajes que podríamos llamar anónimos. Es decir, no tienen nombre, nacionalidad, u otra característica propia de su idiosincrasia; lo que los distingue (y es el común denominador de los dos personajes), es el amor, la pasión y la entrega hacia el grafiti.

Podemos decir que la Ciudad es como cualquiera, tiene sus lugares de lujo y sus barrios pobres. Nuevos proyectos urbanos y lugares abandonados. Complejos con una estética higiénica en la urbe y otros que en su abandono encuentran “su estilo”. Es una Ciudad que no nombra y que paradójicamente le puede uno (como lector), poner el de su lugar de residencia. Es pues, una Ciudad Universal.

Las acciones que se desarrollan son tan cotidianas y al mismo tiempo de trascendencia universal. Lo que dicta el devenir y el comportamiento de los dos personajes es “el grafiti”. Para explicarme mejor pongamos el hecho de mi acto de escribir en este artículo. Es a partir de esa idea o noción que surge el personaje que soy (el cual busca comunicarse con usted, lector), y que justifica su acto con la existencia de este artículo.

Lo que le da vida a este capítulo en particular, es el hacho de intento de “transgredir” las normas sociales. Es buscar, por medio de la adrenalina el clímax de la expresión artística. El arte urbano (como toda expresión de arte y/o Cultural), provoca, cuestiona, denuncia…, a la sociedad y a la teoría artística.

Sospecho que esa no es la función o el objetivo verdadero de los personajes, creo que ni lo piensan. La intención es tener la posibilidad de vivir en un estado de intensidad existencial o vitalidad propia de un joven. Es un estímulo existencial.

En relación a la forma del texto, al contenido; aunque este capítulo ocupa unas pocas páginas, ello no tiene una gran importancia. Lo que verdaderamente se agradece, es la intensidad con la que se desarrolla el leitmovit de la novela.

No cabe duda que el profesionalismo y la calidad literaria de un escritor, día con día se va “perfeccionando”. Pongo entre comillas este término para mencionar que no podemos negar que todo artista, desde el fondo de su corazón, sabe que aunque no alcanzará ese grado, el gozo y el aprendizaje, está en esa búsqueda.

Todo se resume a un acto de devoción. El escritor no es inmune a esa intención. De hecho, los que se dedican al grafiti, en cuanto que arte urbano, también se quedan inmersos en ese espíritu de sumisión. No como un acto de rendición, sino como una entrega de amor fraternal.

Eso encuentra uno en la lectura de esta novela. Comentaré en las próximas reseñas. Le invito, estimado lector, a que si es de su interés leer el libro, lo puede adquirir, dándole click en la imagen del mismo. Espero, por cierto, sus comentarios. Los cuales me enriquecen y refuerza mi compromiso por ser cada día mejor. Hasta la próxima.

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