Voy a hacer una confesión, misma que me permitirá hacer una pequeña reflexión con el firme propósito de dejar una pregunta al aire, y que cada lector responda de acuerdo a sus propias necesidades existenciales e inquietudes humanísticas.
La confesión es la siguiente: el amor por la palabra, mi pasión por escribir y mi adicción por leer; se empezaron a formar desde los primeros años de mi vida intelectual. Solo que esto se dio, de manera autodidacta.
Es necesario confesar que en el proceso educativo en el que tuve la oportunidad de desempeñar mi rol estudiantil, penosamente no vi ningún tipo de incentivo, motivación, obligación o como se le quiera llamar; a descubrir el mundo de las letras.
Voy a poner este argumento en contexto, lamentablemente las escuelas: en todo nivel educativo, no están fomentando de una manera disciplinada el buen gusto por la lectura y la escritura. No cuestiono el sistema educativo, ni señalo las deficiencias de algunos maestros.
En el nivel medio superior, por ejemplo, (recordemos que estamos hablando en un nivel personal), las materias que se nos impartían y que tenían que ver con áreas de conocimiento afines a la literatura y cualquier forma de expresión, eran vistas de manera superficial y dogmática.
Dogmática me refiero a la actitud docente de que nos “invitaran” a memorizar reglas de ortografía sin motivarnos a experimentar en su aplicación la estética del documento escrito.
Superficial me refiero a la pereza intelectual de fomentar el hábito de la escritura. Ese tipo de comportamientos pedagógicos inevitablemente hacen que uno no le encuentre una razón de ser no solo a la creatividad por medio de la palabra sino a cualquier forma de expresión escrita y luego entonces, nos desagradan esas materias.
Afortunadamente cultivé de manera autodidacta el gusto por la palabra. Solo los libros como salvavidas, evitaron que me ahogara en un mundo que se esfuerza por ser “acultural”. ¿Será eso posible?
La intención en este artículo es la de darte un pequeño aliento, para invitarte a no abandonar o ignorar aquella pequeña chispa que probablemente tengas por todo lo que concierne a la escritura.
“Comienza la clase”. Silencio por favor”.